domingo, diciembre 18, 2005
viernes, noviembre 25, 2005
lunes, noviembre 14, 2005
Sin documentos
Aunque suene a rola de Los Rodríguez, no encontré
título más adecuado para una historia por muchos conocida. Al tercer día de
haber llegado a Barcelona, como siempre nos fuimos a tomar el consabido baño de
sol sobre la gruesa arena de Barceloneta. Me moría de sueño, ya que nos
habíamos desvelado el día anterior yendo a casa de un sueco y un argentino que
habíamos conocido en la misma playa, así que me dormí unas horas junto a nuestro
campamento (chelas, agua, pan, carnes frías, nuestras bolsas, la mochila de la
Moni, un paraguas, nuestra ropa). Mis amigas se fueron a caminar o no sé a
donde, porque cuando desperté no estaban cerca. Alrededor de nuestro camping un
montón de tíos y tías de diversas nacionalidades y un chorro de marroquíes
gritando: ¡¡Agua-cerveza-beer!!, con un tonito bien imitable y bien chistoso. Me
limpié la baba al despertar, jaja, y me senté a mirar las pequeñas olas de aquel
frío Mar Mediterráneo. Las ñoñas de mis amigas venían riéndose y acercándose a
mi. No me pelaban, así que les sugerí comer una baguette. Sacamos los
instrumentos e ingredientes para las mismas y el migajón restante lo brindamos a
la parvada de palomas aglomeradas en nuestro perímetro. A la media hora de
haber comido, llegó un marroquí diciéndonos que los chavos de "allá" nos
invitaban un trago. Al voltear vimos a dos güeros con gafas levantando cada uno
una lata de cerveza. Accedimos, ¿por qué no?, y yo tomé una coca light, pues era
un antojo que ya tenía días de no poderme satisfacer, y mis amigas unas
botellitas de agua. Ja, los chavos no creían que hubieran pedido agua, y a
los minutos Mónica los invitó a acercarse (Han de ser gringos, por espléndidos,
decía.). Se sentaron al lado nuestro, riéndose, mostrando su piel blanca
enrojecida por la acción del sol. Uno de ellos era bastante rubio, de nombre
Geoff y el otro, con el cabello rubio cenizo y los ojos verdes, Anthony. Ja,
eran canadienses. Comenzamos a hablar con ellos y ni modo, en inglés
porque no hablaban nadita de español. Nos empezaron a mostrar su fotos, a
tomarse fotos con nosotras, a invitarnos cervezas pero les sugerimos vino tinto.
Corriendo fueron a comprar dos botellas heladas y vasos. Brindamos por
Barcelona, por España, escuchamos a Coldplay, a The Mars Volta, a Outkast, etc.
Nos metimos a nadar como a las 10 de la noche, compraron otras dos botellas y
cierta embriaguez nos envolvió. Fue tan divertido, tan inolvidable, que cuando
nos quisimos ir de ahí, la bolsa de Nallely no estaba. Como pudimos empezamos a
buscar sobre la arena, le pedimos a la policía ayuda, buscamos en los
botes de basura, con linternas, preguntamos pero nunca apareció. Obvio
dentro de la bolsa estaba el pasaporte, varo, cosméticos, y las tarjetas de
crédito. Claro, el episodio se tornó inolvidable por todas
partes.
Al siguiente día levantamos la denuncia del
robo en la Comisaría y hasta el segundo día del incidente pudimos ir al
Consulado Mexicano, pero claro, nuestras autoridades no avisaron el cambio
de domicilio y cuando llegamos a la supuesta dirección, ya tenían dos años de
haberlo cambiado de ubicación. El pasaporte acabamos sacándolo en
la Embajada de México en Madrid. Lo vuelvo a decir, un gran momento
inolvidable.
miércoles, noviembre 09, 2005
jueves, noviembre 03, 2005
esperando...
sábado, octubre 22, 2005
I'm here
He vuelto, sin
terceros molares, pero ya estoy nuevamente aquí.
Persiguiendo una nueva meta que ya he delimitado: mi
tesis.
Estoy contenta,
satisfecha, plena, pues el european trip que hice me cargó de
una nueva energía
que fluye por mi cuerpo, haciendo que redescubra nuevos sentidos
que darle a mi
vida.
Desde que volví también veo a la gente que quiero contagiada de
una
vibra por hacer cosas nuevas o simplemente dejándose llevar por los
sueños que
han entretejido en esas noches de desvelo y que en ese instante son
tan tangibles,
pero que, si dejas que la mañana aliene, se
tornan simplemente en una
quimera.
Termino, añadiendo que el tarot
tenía razón.
Necesitaba un respiro, estar sola, meditar y solamente escuchar
lo que el
viento dice suavemente en una tarde frente a la
ventana.
martes, octubre 04, 2005
sábado, agosto 20, 2005
a Joak
Cuando miramos al cielo, nos dimos cuenta de que a las doce de la
noche brillaba una blanca luna llena (¿o nueva? Aún no se diferenciarla) y unas
nubes blancas y tersas, sobre el azul noche del 19-20 de agosto. Miré tus
brillantes ojos negros y me diste un abrazo. Lo que pensé es que ese será el
último abrazo de esta noche, de este mes, de ésta, nuestra despedida
personal.
Siempre, he de confesarte que, de lo que me puedo arrepentir, es de que, lo
que pasó esa vez saliendo del Bull, no llegará a convertirse en lo que deseo
ahora, pues conjugas todos los elementos buscados. Y de nuevo, al volvernos a
separar, ahora, por cuestión de días, solamente, pienso y repienso las miles de
ramas que pudieron nacer de un árbol que comenzaba a gestarse y que en cuestión
de decisiones creció tal y como ahora lo cultivamos.
martes, agosto 09, 2005
12.15 pm

Cuando pudo haber despertado, prefirió dormir, cuando por fin despertó, ya era demasiado tarde. El sol estaba muy arriba. Las nubes blancas en su totalidad, brillaban cual algodón en el cielo. Abrió lentamente los ojos y se dio cuenta de que seguía tirada a la mitad de la pradera. A lo lejos se podían mirar aquellas pirámides grisáceas que casi tocaban el azul celeste de esa mañana de verano. Sentía como la camiseta se le pegaba al cuerpo, pues el calor húmedo la sofocaba completamente. Escuchaba como zumbaba uno que otro insecto alrededor de ella y en el pie izquierdo una roncha, inflamada y rojiza comenzaba a darle comezón. Se amarró el cabello, se colocó la mochila a la espalda y se encaminó a la construcción más cercana. Al llegar al pie de la pirámide y caer en la cuenta de que eran muchos y pequeños escalones, sacó una naranja de la bolsa amarrada a un extremo de la mochila. Comenzó a quitarle la cáscara y comerse uno a uno los gajos. Respiró hondo después de haber terminado su frugal desayuno y comenzó a subir.
Gruesas gotas de sudor comenzaron a escurrirle de la frente, y la nuca. Sentía calientes las mejillas, y el cabello se le pegaba a la cara. Cuando llegó, más o menos a la mitad de su recorrido, volteó lentamente hacia atrás y descubrió que podía ver ya algunas copas de los árboles desde arriba. Aquel panorama verde la instó a seguir subiendo, y con mayor vigor llégó a la cima. Desdé arriba un viento la azotaba tiernamente. Le secaba el sudor del rostro y refrescaba tanto el paisaje que dejó a un lado su mochila. Sacó su pequeña cámara y disparo unas cuantas fotos. Se sentó en el límite trasero de la pirámide, colgando los pies. Antes sus pies se extendía un gran mar verdoso, pues esa sensación daban los árboles, tan juntos, tan etéreos, estremeciendo su hojas al ritmo que el viento les tocaba.
martes, julio 26, 2005

Mira por entre las nubes.
Observa los
rayos del sol
y siente como el
agua tibia es absorbida por cada uno de
tus poros.
Saborea la sal que se
pega a tus labios
y cierra los ojos
para que también veas la luz por dentro
de tus párpados.
Respira al mar
que él te lame.
Pisa los gruesos granos
de arena que se mueven por la
acción de las olas.
Escucha la espuma
efervecer después de llegar a la
orilla.
Siéntete oceáno, que húmedo,
él
está dentro de ti.
domingo, julio 17, 2005
agua
lunes, julio 04, 2005
Iridiscencias
sábado, junio 18, 2005
lunes, junio 13, 2005
Mistica 1
Mística 2
jueves, mayo 12, 2005
Ahora, durante un mes, te miraré
y miraré esas pestañas tan oscuras que rodean tus
ojos,
y desearé besar esos labios
y esa barba recién crecida,
y esa piel, y esas manos.
Y todo lo tendré que desear
simplemente,
pues alcanzarlo sería apuñalar mi
ética,
aunque sabe tan bien tener lo
prohibido
y no poder estallar del todo por la
incertidumbre, el miedo y el caos
que hacen tan deliciosos los
momentos.
sábado, abril 23, 2005
quizás bajo la noche sobre la azotea.
Podemos tumbarnos en un edredón
y mirar al cielo y sus constelaciones.
Estar desnudos y nuestras pieles rozándose
provocando que los bellitos se ericen
y que nuestras bocas se busquen.
Podríamos dormir esa noche, toda la noche.
O podríamos amarnos durante el largo amanecer.
Si, pensándolo bien, improvisado me gusta más.
domingo, marzo 20, 2005
A mis sis (Nallely, Susan, Jennifer); A mis amigos (Alejandro, Pass y Claudia); a Oscar:
Blanco
sábado, marzo 12, 2005
Natalia
Quizás soñaba demasiado, o quizás vivía la realidad como un sueño,
Pero siempre, a las seis tenía que descansar.
Las nubes se tejían sobre ella,
y entretejían historias que en su cabeza nacían.
El rocío de la noche mojaba sus párpados,
E iba absorbiéndose por sus poros hasta convertirse en lágrimas.
El cielo comenzaba a albergar a las estrellas,
Y el fulgor de éstas, se fundía con lo efímero de las nubes,
Danzando con la música del infinito.
Mientras, Natalia descansaba de sus sueños
Y observaba maravillada el espectáculo del universo.
Y esto, sólo provocaba que el sueño se prolongara,
Hasta no poder encontrar la línea divisoria entre sueño y realidad.
domingo, febrero 20, 2005
Una carta...
Releia y releia las cuatro palabras escritas en su cuaderno, pero no pasaba de un saludo informal y muy comun. Y cuando mas las leia, mas sentía que no tenia que ver con el: con sus ojos oscuros, coquetos, escudrinadores.
Lo recordaba y lo amaba, amaba sus labios hinchados por besos que Matilda no le daba, amaba sus dientes blancos, y su sonrisa encantadora, que tampoco le entregaba a ella.
Lo amaba, eso era lo que sentia, pero aunque le dolia, sabia que a el no le importaba. Matilda lo amaba y no interesaba pasar horas mirándolo.
Y después de pensar en su amor no correspondido, se dio cuenta de que llevaba una hoja y media de carta. La inspiración habia llegado.
Doblo la hoja y la coloco en el asiento de él. Camino unos pasos y salio corriendo del salon.
Cuando él leyo la carta, Matilda iba cruzando la calle. Iba tan absorta en pensar que él podria corresponderle, que no miro el camion que la atropello.
Matilda volo por los aires sosteniendo una mirada de esperanza, pero que al estrellarse su cuerpo con el asfalto se extinguio. Solo sintio como sus vertebras tocaron una melodía mortal, y lo ultimo en su pensamiento fue la sonrisa de sorpresa que él pondría al ver la hoja en su banco.Mientras en la escuela, él le daba un enorme beso a su novia, agradeciendole por esa carta dejada en su banco escolar.
Sofía
Los ojos grises de Sofía se llenaban de lágrimas, y aunque miraba fijamente al océano, sus pensamientos estaban cada vez más lejos, atravesando ese mar.
Le dolían los ojos de tanto llorar, pero eso no hacía que menguaran las lágrimas. La garganta la sentía caliente y en su pecho se anidaban los recuerdos, haciendo que su cuerpo menudo y frágil se estremeciera. Pensaba que ya no quería llorar, y menos tan lejos, pero aún lo hacía.
Las gotitas recorrían su rostro humedeciendo su piel morena, y se acumulaban bajo su barba. Al ir recorriendo su cara, dejaban una estela salada que borraba el poco maquillaje que Sofía portaba.
Seguía mirando el mar.
Un suave goteo de lágrimas había comenzado a empapar su camiseta blanca, pero a ella no le importaba. Sentía los ojos hinchados, pero aunque quería detenerse, no podía hacerlo. Lloraba y lloraba sin parar, sintiendo su cabeza como un remolino de recuerdos y situaciones que ya no quería repasar.
La frente le palpitaba, y al cerrar los ojos, imaginaba que los párpados no podían ocultar sus globos oculares, por lo inflamados que estos estaban.
Cuando se alejó de la ventana, la lluvia había comenzado.
Ahora no sólo llovía dentro de Sofía, sino afuera, en esa playa y en ese mar, que ella adoraba desde niña.
Las palmeras se azotaban unas con otras, y los cocos rodaban por la arena. El agua de las olas estaba más oscura y revuelta, y las nubes habían ocultado ya al pequeño astro de luz. El cielo estaba cada vez más turbio.
Sofía se había sentado dándole la espalda a la ventana. Estaba recargada en una pared hecha de troncos de palmera, y sentía como el calor de la madera penetraba sus poros. Seguía llorando y comenzaba a abrazar sus piernas, recargando su cara en las rodillas.
En la playa, la arena comenzaba a levantarse por lo fuerte del viento. Las olas del mar ya se levantaban a grandes alturas. Y las raíces de las palmeras se afianzaban con más fuerza.
Sofía cerraba los ojos, y sabía lo que pronto pasaría.
El techo de palma de la cabaña de la playa iniciaba su viaje. Poco a poco se despegaba de las paredes de madera, y era aventada por el fuerte ventarrón. Parecían plumas a la deriva trazando suaves dibujos en el cielo.
Sofía estaba en un sopor materno y tibio. Los ojos los tenía cerrados, y cuando el viento sopló más fuerte, ella sólo se dejó llevar. Abrió los brazos, y permitió que el aire la levantara. Cuando atravesó las espesas nubes grises, Sofía ya no lloraba, sólo esbozaba una pequeña sonrisa.
De sueños con tinta
Cuando imaginé lo que escribiría, no era parecido a esto, ni siquiera un ápice. Las letras eran más grandes, rellenas de colores, tales como los que nadaban en la oscuridad de los ojos, y esas letras no estaban fijas en el papel. Es más, esas letras formaban palabras y palabras, componiendo ellas solas oraciones, párrafos, textos enteros, de dimensiones infinitas o dimensiones mínimas.
¡Qué bonito bailaban esas letras! Parecía que flotaban en una sustancia gelatinosa, brillante y dúctil, que se suspendían en este estado de la materia por unos segundos, para sumergirse después y formar más texto. Hasta podía escuchar el sonido de esas letras de colores pastel filtrándose en ese gel mágico y fragante.
Cuando imaginé esta carta, pensé que las palabras que se formarían serían las típicas de este día, pero también pensé en otras que se tomarían de la mano con el concepto que quería dar en esa misiva. Ahora que materializo esa carta, ninguna de las palabras soñadas, aparece.
Es extraño, lo sé, pero es que las situaciones cambian, y cuando me levanté de la cama y comencé a escribir, las imágenes que en mis sueños percibía, al mirarlas con un foco de 60 watts, tomaron dimensiones reales.
La gelatina donde bailaban mis letras coloridas no existió más, ni siquiera las letras aparecieron, y en ese momento sí pude aplicar el verbo EXTRAÑAR. Ahora sí, Pacífico, extrañe esas letras.
Entonces comenzó a llover la tinta, a empapar el papel, a bañar las ideas. Ahora sí, un diluvio de tinta inundó mis quimeras y me ahogó en una mar de confusiones. Aunque nunca supe de donde llovió la tinta.
Esa tinta chorreaba de todos lados, y esa tinta me sabía tan bien. Esa tinta era como chocolate derretido o como néctar de flores, el caso es que la tinta impregnaba mi cuerpo. Esa tinta hacía que nadara, y que mi ropa se adhiriera a mi cuerpo de manera incómoda, pegajosa y chocante.
Era una tormenta de tinta que tenía la consistencia de la miel de abeja, y el color ambarino de la misma. Sólo que no era miel, sino tinta de miles de bolígrafos que en ese momento volcaban su contenido en mi cuarto.
Mis cabellos embadurnados de miel, se pegaban a mi rostro, y me era imposible quitarlos de él. Mis cabellos largos llenos de tinta sabía rico, y mi lengua se paseaba por ellos y por el contorno de mis labios.
Ahí empezó de nuevo. Esa tinta que llovía, se internó en mi cuerpo, y yo fui la culpable de eso. Al comenzar a lamer mis labios, la tinta encontró un nuevo camino por donde fluir, y se arrastró lentamente por mi paladar, por mi garganta, hasta llegar a mi estómago.
La tinta dentro de mi cuerpo era caliente como aguardiente de la más baja calidad. Sentía como quemaba mi interior, y como ese calor recorría de abajo hacia arriba y de lado a lado, provocando que mi boca se cerrara. Pero después de esa explosión de calor, producía un estado similar a la embriaguez, que me hacía abrir mis fauces al festín de tinta.
Y sí, me embriague de tinta.
Cuando desperté a las siete de la mañana, cuando el gallito cantó, me encontré con un camino de tinta roja en mi rostro, mis dientes y mi lengua. Me levanté rápidamente y encontré, en el suelo, un cadáver de pluma bic, de esas que no saben fallar, en el suelo, con un pequeño charco a su lado. La pobre había muerto a causa de mi estado hilarante y desquiciado, y había perdido la vida, gracias a que yo, como un vampiro le había succionando su flujo vital.