domingo, febrero 20, 2005

Sofía

Sofía miraba por la ventana. No quitaba su mirada de ese azul mar, que denotaba furia y tormentas.
Los ojos grises de Sofía se llenaban de lágrimas, y aunque miraba fijamente al océano, sus pensamientos estaban cada vez más lejos, atravesando ese mar.
Le dolían los ojos de tanto llorar, pero eso no hacía que menguaran las lágrimas. La garganta la sentía caliente y en su pecho se anidaban los recuerdos, haciendo que su cuerpo menudo y frágil se estremeciera. Pensaba que ya no quería llorar, y menos tan lejos, pero aún lo hacía.
Las gotitas recorrían su rostro humedeciendo su piel morena, y se acumulaban bajo su barba. Al ir recorriendo su cara, dejaban una estela salada que borraba el poco maquillaje que Sofía portaba.
Seguía mirando el mar.
Un suave goteo de lágrimas había comenzado a empapar su camiseta blanca, pero a ella no le importaba. Sentía los ojos hinchados, pero aunque quería detenerse, no podía hacerlo. Lloraba y lloraba sin parar, sintiendo su cabeza como un remolino de recuerdos y situaciones que ya no quería repasar.
La frente le palpitaba, y al cerrar los ojos, imaginaba que los párpados no podían ocultar sus globos oculares, por lo inflamados que estos estaban.
Cuando se alejó de la ventana, la lluvia había comenzado.
Ahora no sólo llovía dentro de Sofía, sino afuera, en esa playa y en ese mar, que ella adoraba desde niña.
Las palmeras se azotaban unas con otras, y los cocos rodaban por la arena. El agua de las olas estaba más oscura y revuelta, y las nubes habían ocultado ya al pequeño astro de luz. El cielo estaba cada vez más turbio.
Sofía se había sentado dándole la espalda a la ventana. Estaba recargada en una pared hecha de troncos de palmera, y sentía como el calor de la madera penetraba sus poros. Seguía llorando y comenzaba a abrazar sus piernas, recargando su cara en las rodillas.
En la playa, la arena comenzaba a levantarse por lo fuerte del viento. Las olas del mar ya se levantaban a grandes alturas. Y las raíces de las palmeras se afianzaban con más fuerza.
Sofía cerraba los ojos, y sabía lo que pronto pasaría.
El techo de palma de la cabaña de la playa iniciaba su viaje. Poco a poco se despegaba de las paredes de madera, y era aventada por el fuerte ventarrón. Parecían plumas a la deriva trazando suaves dibujos en el cielo.
Sofía estaba en un sopor materno y tibio. Los ojos los tenía cerrados, y cuando el viento sopló más fuerte, ella sólo se dejó llevar. Abrió los brazos, y permitió que el aire la levantara. Cuando atravesó las espesas nubes grises, Sofía ya no lloraba, sólo esbozaba una pequeña sonrisa.

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