El reflejo del agua,
y encima de él, mi rostro,
pálido y empapado por decenas de gotas que lo recorren.
Los ojos acuosos,
impidiendo poder mirar con claridad mi cara
que bailotea en la superficie del charco que apenas se forma.
Mi cabello se pega a mis mejillas y frente,
y la tormenta empapa mi ropa,
se entalla al cuerpo, y mi piel se eriza al sentir cada gota colapsar.
No cesa la furia de las nubes sobre la tierra,
y, ahora,
mi tristeza,
comienza a aflorar.
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