Caminaba por reforma. Llovía con fuerza, mojando mis zapatos rosas pero al fondo veía aquel navío, flotando sobre la avenida. Escuchaba a Lauryn Hill y las manos las traía llenas de cosas: botella de agua, dos revistas, telefóno. De mi hombro derecho colgaba mi bolsa. Seguía mirando la gran escultura de Leonora Carrington y veía como aquellos cocodrilos dirigían su mirada, quizás, al periférico. Cuando me senté a esperarte, la lluvia amainó. Me senté a un lado de los reptiles, mirándoles a los ojos. Cerré los ojos mientras el viento azotaba mis cabellos.
Unos minutos pasaron y me percaté de que estabas a mis espaldas. Venías de donde los cocodrilos miraban. Ellos te observaban desde arriba, y no me di cuenta.
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